3.3. Valoración del papel de las
personas adultas en la adquisición de la autonomía personal de los niños y
niñas
Durante los primeros años de vida de los niños y las niñas, somos los adultos los encargados de atender y satisfacer todas sus necesidades, decidiendo qué pueden hacer y qué no y cuándo pueden hacerlo.
Después, según se va creciendo, el niño y la niña van adquiriendo una serie de capacidades y habilidades que les permiten una mayor autonomía y la satisfacción de sus necesidades, lo que implica que el adulto intervenga de forma menos directa.
Es muy importante que tantos
padres/madres como los/as educadores/as entiendan el papel que juegan los
adultos en el proceso de adquisición de hábitos, pues no solo se trata de
promover comportamientos, sino de conformar también una sana autoestima y de generar
lazos afectivos con los adultos que den seguridad al niño y la niña. En este
sentido, el equilibrio y la estabilidad emocional del adulto frente a las
respuestas de los/as pequeños/as adquiere una gran relevancia.
Como en cualquier tipo de aprendizaje
la relación afectiva que se da entre el adulto y el niño o niña juega un papel
fundamental, ya que proporciona seguridad, una mejor comunicación y una figura
de referencia que facilita la imitación. Por este motivo, el adulto ha de
garantizar afecto, cariño y refuerzo positivo, especialmente cuando existan
dificultades en el aprendizaje. La confianza y el sentirse querido es el mejor
incentivo para aprender.
Por otro lado, el hecho de
relacionarse con afectividad no es incompatible con la necesidad de plantear
normas y exigencias, siempre que dicha autoridad sea razonable. Que el niño o
la niña sepa lo que el adulto espera que haga dota se seguridad y estabilidad
su conducta. En este sentido, tanto padres/madres como educadores y educadoras
han de mostrarse constantes en sus exigencias, ya que la arbitrariedad en sus
demandas pueden confundir y desorientar a los/as niños/as.
A su vez, el adulto es el modelo que
el niño o la niña tiende a seguir, por lo que es muy importante que exista una
coherencia entre lo que se demanda y lo que se transmite. Por ejemplo, sería
una interferencia en el proceso de adquisición de hábitos de higiene bucodental
que el adulto que trata de llevar a cabo el aprendizaje no se cepillara los
dientes. En otras palabras, el adulto ha de procurar ser coherente con las
pautas de comportamiento que plantea, tanto a nivel verbal como no verbal.
Se debe recordar también que la
adquisición y mantenimiento de los hábitos se nutren de su realización
cotidiana en los diferentes entornos naturales del niño o la niña. Así, para
asegurar el éxito de este tipo de aprendizajes se necesita una adecuada
coordinación entre la familia y la escuela, estableciéndose unas pautas de
actuación comunes que den coherencia y consistencia al hábito.
Existen diferentes formas de implicar
a las familias por parte de las escuelas en aras de una adecuada cooperación en
el desarrollo de los hábitos, pasando todas ellas por una comunicación fluida y
eficaz. Los cauces más comunes son:
- Información para concienciar sobre la importancia del hábito a desarrollar (artículo, estudios, guías, dosieres, etc.)
- Reuniones tanto grupales como individuales a lo largo del curso.
- Entrevistas para tratar temas específicos en cuanto a hábitos y rutinas.
- Contacto informal diario (a la entrada o salida de los niños/as).
- Registros de seguimiento de los hábitos que compartan tanto familias como escuela.
3.4.
Identificación de conflictos y trastornos relacionados con la adquisición de
hábitos de autonomía personal.
El
proceso de adquisición de hábitos se puede ver obstaculizado por varias
razones. Por un lado, existen conflictos derivados de errores en relación al aprendizaje
de dichos hábitos, asociados a cualquiera de los elementos que hemos explicado
con anterioridad. Ejemplos en este sentido serían la falta de consistencia y
coherencia en las normas, una repetición o frecuencia inadecuadas, un mal
sistema de reforzamiento, conductas no ajustadas al momento educativo,
ambientes poco facilitadores, relaciones insatisfactorias con los adultos o
iguales a la hora de llevar a cabo el hábito o la rutina, etc.
Por
otro lado, hay circunstancias de alto componente emocional ajenas al proceso de
adquisición de hábitos que influyen directamente en el comportamiento del niño
o la niña. Así, el no saber o poder afrontar situaciones personales genera
conflictos emocionales que pueden ralentizar el desarrollo de hábitos básicos. Ejemplos
de estos conflictos son el nacimiento de un hermano, el afrontamiento de una
pérdida, conflicto con los iguales, situaciones de abuso, separación de los
padres, experimentación de una situación traumática, etc.
RECUERDA
QUE
La
aparición de conflictos emocionales puede provocar un retroceso en hábitos que
ya se controlaban como la micción o el sueño.
En
los capítulos dedicados a la alimentación, la higiene y el descanso ampliaremos
las dificultades y trastornos asociados a la adquisición de hábitos en dichas
áreas.
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